viernes, 5 de enero de 2018

Un nuevo año

 A mi cuñada Diana.

Es el último atardecer del 2017, una hermosa agonía multicolor se dibuja en el cielo.
Como siempre que el tiempo, la salud y la economía lo permiten, vuelvo al mismo lugar, al lugar donde nací, a buscar lo que queda de mi infancia, de mi familia, de mis lugareños.
Cada vez queda menos presencia y más ausencia, mas extraños se atragantan con las últimas uvas del año con las campanadas de la Iglesia, este año no escucho los cuartos, no recuerdo ya si este viejo reloj los hacía sonar para darnos un poco más de tiempo.
Todas las razas juntas y todos los idiomas sonando a un tiempo, gritos de alegría, nuevo atragantamiento. La orquesta calla un poco para dar cabida a el bullicio del ¡Feliz año nuevo! Los fuegos artificiales explotan en el cielo, las risas, los abrazos y otra vez la música. Bailamos lo que nos permite el poco espacio del que disponen nuestros pies, nos prometemos divertirnos más en el año nuevo, aprovechar cada momento, crear, reir, ser mejores, vernos más...
Luego, la basura se amontona a nuestros pies, vasos, botellas, todo tipo de confetis...
Ya no aguantamos hasta el amanecer, aunque la resaca sigue entornando nuestros ojos ante el brillante sol de la mañana. Cambiamos el número del año, avanzamos aritméticamente en el calendario, pero las noticias del uno de enero siguen siendo las mismas: violencia por doquier, agresiones y abusos hacia los débiles, cientos de batallas perdidas de antemano.
Un nuevo año, un invierno más ¿Hemos progresado algo?

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