viernes, 6 de julio de 2018

¿Invisible?

¿Invisible?

Érase una vez, que mentira no fue, una gran mansión con porte y señorío, hermosa dónde las haya, con miles de historias que contar.
Se ha mantenido erguida en una zona donde el fenómeno de la especulación ha dividido solares, calles, casas, patios y hasta piedrecillas.
El barrio es peculiar, la gran Iglesia de los Mártires, eje central vertebrador de estrechas y serpenteantes callecillas de trazado medieval en el noroeste del centro histórico, dentro de la antigua muralla nazarí.
Fue acabada su construcción, (según la Wikipedia) en 1876, arquitectura moderna, estilo burgués, con dos partes muy diferenciadas.
Al entrar en el patio empieza la magia:
Ventanas y balcones alargados acabados en arcos de herradura con vidriera cuarteadas combinando el vidrio transparente con el azul, recordando algunas casas tetuanís de la época del protectorado; zócalos de cerámica cubriendo parte de sus paredes en algunas zonas bajas; una fuente redonda, grande, llena de agua, enrejada en una baranda de hierro, en cuyo centro emerge, como una isla, una elegante pileta de piedra y bronce que toma un protagonismo hilarante, en su humildad geométrica; un gran árbol, viejo, majestuoso, aparece orgulloso vencedor del cemento, creo que es una morera, no estoy segura, será otro cuento quién me narre su especie, ayer sólo percibí su gran tronío, su gran nobleza.
Entre los rincones de las antiguas plantas que renacen cada vez que se ilumina su trocito de escenario: una costilla de adán con sus grandes hojas recortadas en huecos, como el suelo, que parece tiras de piedras marmóleas multiformes con pretensiones de triángulos escalenos.
Y ahora me detengo aquí, porque aquí es donde todo se realza hasta alcanzar dimensiones extraordinarias, en lo que antes no estaba:
Un gigantesco muchacho columpiándose en una pared de aire; un gato negro a escape bajando una escalera, por la que también desciende, al parecer persiguiéndolo, un extraño monstruo mitad cigala, mitad cucaracha; en el cielo de encima justo de estos seres, un dirigible “Zeppelin” dispuesto a transportarnos a otra época; en frente de la escalera dos muñecas regordetas lineales con mejillas muy rojas y cabello formado por pequeñas cabecitas de otras muñecas lineales, nos hablan de la soledad de “Eva”; un gran rostro de mujer joven mirando hacia dentro nos plantea miles de preguntas de difícil respuesta.
Esto es lo visible, lo que entra por los ojos de la cara, pero hay otros cuatro sentidos implicados que perciben, por ejemplo el oido, que nos dijeron que estuvieron poetas recitando, escritores narrando, actores dramatizando, pintores dibujando, cantaores, músicos; conocidos, anónimos; colectivos ciudadanos e indivíduos; buscando y aportando cultura.
Durante 12 años ha sido un oasis cultural en la Málaga que hemos vivido, cultura al alcance de todos los bolsillos. Estos colectivos Invisibles le han lavado la cara, remozado los desconchones y restaurado los trozos con los pocos medios de los que disponen.
Esta mansión con este patio encantado y encantador hace mucho que perdió sus dueños, quizás por eso conserva su historia, esa que quiere contarnos y seguir mostrando a los jóvenes que no conocieron su esplendor.
Bueno, perdón, corrijo, no tiene dueño en singular, pero pertenece a todos los ciudadanos, es patrimonio de la ciudad, es nuestra, de todos los malagueños, de los que estamos orgullosos que nos conozcan por nuestro carácter, por nuestras formas, por nuestra manera de vivir nuestra cultura.
Señor alcalde, mantenga nuestra identidad, no convierta “La casa invisible” en un coto privado de los ricos extraños, hágala visible y emblema de nuestra querida ciudad.

María Teresa Cobos Urbano, malagueña, maestra y escritora,  personaje cultural por votación popular en el diario sur en 2010

 http://listas.diariosur.es/listas/el-mejor-personaje-de-la-cultura-de-malaga-10.html


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