La primavera entró con
mal pie, con el izquierdo, mi calle quedó con cuatro ausencias,
negra y oscura. Vino la quinta, trayendo más dolor y más negrura
por ser más próxima, la más cercana en el espacio y tiempo.
Nuestro corazón herido, nuestros ojos rojos y desamparados en tanta
soledad, con ese sexto sentido que te abre tanta despedida.
Allí estaba, en la calle
Carmona, al lado del semáforo, encima de un coche parado, con su
pelusa negra, aún no tenía plumaje, un penacho despeinado inhiesto,
pico amarillo, batiendo alas en baldío intento de remontar vuelo,
volvió a caer otra vez, ahora al suelo, no puso resistencia cuando
lo tomamos en la mano para ponerlo a salvo de los gatos, buscamos un
lugar, allí en esa calle no había más que casas, seguro que el
nido del que había caído estaba por allí, pero su madre no
volvería a por él hasta el atardecer, cuando encontrara alimento.
Lo llevamos a la plaza de
la Malagueña, en el lado de los aparcamientos, con el desnivel
estaría lejos de los gatos hambrientos. Buscamos el árbol más
bonito, uno joven como él, suficientemente frondoso para camuflarlo.
Nos agradeció el gesto con su insistente piar, parecía que no
quería que nos fuéramos, pues estuvo un rato mirándonos y piando.
Volvimos sobre nuestros pasos por acabar nuestro paseo y en el mismo
lugar en que cayó el polluelo había una famélica perra negra que
nos siguió hasta la casa, le dimos comida y nos reímos un rato por
tan anómala solicitud de ayuda animal en tan solo un rato.
Dos días más tarde,
siendo viernes trece, una voz desgarrada al teléfono.
¡Vuela Paloma! ¡Vuela
alto!
Me quedo con tu risa,
criatura. Y rodeo tu retrato de pequeña, con esa trenza larga, negra
y postiza, y esos ojos grandes y ávidos de cuentos, de mariposas de
colores vivos, ellas traen como tu muchas historias, vidas breves,
intensas y con colores.
Es el verano de las
mariposas.
María Teresa Cobos Urbano. Álora 25-08-2016.