lunes, 2 de abril de 2012

La plazoleta

Los gritos de los niños jugando al quema, la pelota dolía si te daban fuerte los mayores, los peques eran de mantequilla,corrían pero nadie les tiraba, cuando pasaban personas mayores se interrumpía el juego, también cuando venía el guardia municipal "El muni"pues tenía a gala rajar balones.
"Conchy" pequeña, muy pequeña, andaba hoy por la plaza en ropa interior, al preguntarle la gente el porqué contestaba:Mi madre me ha recomendado que no me manche y yo he doblado muy bien mi ropa en el portal de Adelita.
El Pinto era un niño muy malo, me tenía ganas, me dijo algo feo y yo le contesté: Te voy a echar a mi hermana, pero no hizo falta, mi Chiqui me escuchó,y con su amiga Rita salieron en estampida piedra en mano, nunca más supe del Pinto, no tuvieron que arrojar la piedra.
Asunción vendía frutas y verduras,con santa paciencia veía los vaivenes de la pelota en el juego: ¡Como caiga en mi tienda os enterais!. Al lado de Asunción, la casa del médico Carrillo, del que el recuerdo me volvió difusa su silueta. Puri lloraba hoy, la empujaron al jugar y la rodilla se restregó contra el duro suelo de losetas grises pequeñas.Doña Ana salía a comprar la leche a casa de Bernarda.
La casa del cura, por detrás de la Iglesia, algunas veces Doña Ana nos daba las formas sin consagrar, eran como galletas tan finas que se pegaban al cielo de la boca. El día que había Bautizos, llevábamos al muñeco a la Pila Bautismal de la Parroquia y luego preparábamos la fiesta, con todo tipo de chucherias y dulces, incluso si los muñecos tenían padrinos, echaban piedrecitas a modo de monedas y le cantábamos"Padrino lagarto, eche usted los cuartos, no lo gaste en vino y échelo por alto"
Para vestirnos de gala, nos pegábamos piedra en los talones de las chanclas con la resina del árbol cerote de la Iglesia y taconeábamos en la plazoleta si es que llegaban pegados.
La tienda de Sofía y de Emilia eran otros centros neurálgicos, suceptibles de denuncias al "Muni"...
Nuestros juegos, nuestros sueños, nuestra infancia entán guardados todos en las raices de esos plátanos falsos, que echan castañas falsas, en esa plazoleta de los mártires...Los gritos de los niños jugando al quema...

7 comentarios:

María Teresa Cobos Urbano dijo...

A ver quién se atreve a continuarlo...

beatriz dijo...

Yo jugaba a la quema, y cuando el niño rubio de mis amores infantiles me elegía para su equipo, tenía la felicidad absoluta. Las tardes se convertían en noches en la plazoleta. Mi hermana venía a buscarme: "Mámá que vayas ahora mismo". Un ratito más. Y al llegar un par de guantazos. He jugado a las canicas en los huecos de los árboles; más adelante, con algunos años más, nos veíamos allí, sin necesidad de quedar, y pasábamos las horas comiendo pipas sentados en lo alto de los bancos. En las últimas obras, se echaron abajo los murillos que alzaban la plaza, y que aún era de esa piedras grandes y grises, cuyos picos sobresalían. Una piedra de esas está ahora en mi patio, la "robé" de las ruinas de mi plazoleta, la miro y sonrío, y me pone contenta, tener un trocito de mi vida, de su pelo rubio, de mi quema.

María Teresa Cobos Urbano dijo...

Gracias Beatriz, es bonito lo que cuentas.

gladys dijo...

Precioso Pitufa, esa infancia de fantasia no debería morir para las generaciones futuras.

María Teresa Cobos Urbano dijo...

No morirá, queda en nuestros corazones y sobre el papel.Me mandaron esta foto en blanco y negro y le añadí lo que me faltaba, el color y el sonido de mi infancia, me faltó el olor, que era de caña de azucar.

Anónimo dijo...

...Y el hombre que cantaba las macucas a dos la gorda... y los padres que nos llamaban con un silbido diferente a cada uno para que volviéramos como dice Beatriz... y la enorme cruz de los caídos con sus tres escalones en donde dejábamos los libros y cuadernos olvidados siempre, y el hacer "mandados"(envueltos los productos en papel de estraza)... y la fuente donde tantas mujeres llenaban cántaros y botijos... y miles de recuerdos de una infancia de niños felices a pesar de las circunstancias... pero, Techy, la lechera ¿no se llamaba Eduardica?
Un beso fuerte por habernos traído tantos recuerdos felices ya olvidados...
Chiqui la que asustaba al Pinto

María Teresa Cobos Urbano dijo...

¡Si, hermana, la lechera se llamaba Eduarda!La memoria me la jugó con Bernarda. Sí recuerdo su lechería en la calle Diputación, que antes no existía como tal y era su huerto.¡Gracias hermana!