Cuando conocí a
Angustias, mejor dicho el primer recuerdo que tengo de ella, es en
este mercado de abastos de mi pueblo Nerja.
Tenía una churrería en
una de las esquinas y en una gran sartén con muchísimo aceite
hirviendo iba formando espirales de masa que emanaban de un largo
embudo metálico con dos brazos, empujado por un émbolo de madera
apoyado en su hombro, una vez frita por un lado le daba la vuelta con
dos largos palos de madera a modo de baquetas de un gigantesco
tambor, era impresionante su figura con esa poderosa arma, para una
niña pequeña.
Yo la admiraba, pero
también la temía. Mi poderosa imaginación, como la llamaban mis
hermanas, la convertía en una luchadora de no sé que ejército de
liberación, una mujer en la Fragua de Vulcano, a la imagen del
artefacto se le sumaba la niebla maloliente que producía el aceite
al calentarse, los vapores y el fuego aquel del hornillo que
amenazaba con prender cualquier cosa, sus grandes ojos azules
parecían vacíos, su vestido negro, su pelo negro recogido en un
sobrio moño. Era muy seria, raramente reía pero era muy amable y
agradecida con la familia, siempre que iba con mi padre a comprarle
nos daba de más y añadía: ¡Llévelos don José que son muchas
niñas las que tiene usted que alimentar!
Perdí su pista mucho
tiempo, fue en mi época adulta cuando la reencontré de vecina, ya
no tenía el puesto de churros y se ganaba la vida con la limpieza
doméstica, enviudó muy joven y con pocos recursos sacó adelante a
sus hijos.
Un día llegó a mi casa
muy preocupada, con ojos llorosos, una carta en la mano.
-Mira niña, me ha llegado
esta carta, es del banco y me da miedo que sean malas noticias. Las
lágrimas asomaban a sus azules ojos sin fondo dejando ver la
tormenta que empañaba su mente.
-¿Qué dice la carta? -Le
pregunté de forma tan inocente que me aún hoy me sigue doliendo.
-No sé leer, nunca estuve
en la escuela, soy una bruta, una ignorante, una analfabeta...
Y ese mar de lágrimas que
desprendía casi me ahoga a mí.
Leí su carta, no era
importante y le hice prometer que intentaría aprender a leer. Le
daba mucha vergüenza que la gente lo supiera, no quería ir a la
escuela de adultos, así que la acepté de alumna y ella a cambio,
sin mi conocimiento, me limpiaba la casa de arriba a abajo.
Aprendió a leer y a
escribir su nombre el de sus hijos y sobretodo el de su nieta.
Fue mi primera alumna en
una época en que yo era azafata, aún no quería ser maestra, me
quedaba mucho por aprender de este ancho mundo antes de enseñar.
Hace dos días me enteré
que nos dejó, en Nerja la despidieron, yo no pude asistir a ese
entierro, pero desde aquí quiero hacerle llegar a su familia y sus
paisanos nerjeños que la conocieron, que era la Heroína que yo vi
en mi infancia, una mujer fuerte, excepcional y trabajadora, que sacó
adelante a sus hijos y nietos “a golpes de la espada en la fragua
de la vida” y seguro que ya puede leer estas cartas que le mandaba
para entrenarse.
¡Descansa en paz
Angustias.!
María Teresa Cobos Urbano derechos reservados.