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viernes, 5 de enero de 2018

Un nuevo año

 A mi cuñada Diana.

Es el último atardecer del 2017, una hermosa agonía multicolor se dibuja en el cielo.
Como siempre que el tiempo, la salud y la economía lo permiten, vuelvo al mismo lugar, al lugar donde nací, a buscar lo que queda de mi infancia, de mi familia, de mis lugareños.
Cada vez queda menos presencia y más ausencia, mas extraños se atragantan con las últimas uvas del año con las campanadas de la Iglesia, este año no escucho los cuartos, no recuerdo ya si este viejo reloj los hacía sonar para darnos un poco más de tiempo.
Todas las razas juntas y todos los idiomas sonando a un tiempo, gritos de alegría, nuevo atragantamiento. La orquesta calla un poco para dar cabida a el bullicio del ¡Feliz año nuevo! Los fuegos artificiales explotan en el cielo, las risas, los abrazos y otra vez la música. Bailamos lo que nos permite el poco espacio del que disponen nuestros pies, nos prometemos divertirnos más en el año nuevo, aprovechar cada momento, crear, reir, ser mejores, vernos más...
Luego, la basura se amontona a nuestros pies, vasos, botellas, todo tipo de confetis...
Ya no aguantamos hasta el amanecer, aunque la resaca sigue entornando nuestros ojos ante el brillante sol de la mañana. Cambiamos el número del año, avanzamos aritméticamente en el calendario, pero las noticias del uno de enero siguen siendo las mismas: violencia por doquier, agresiones y abusos hacia los débiles, cientos de batallas perdidas de antemano.
Un nuevo año, un invierno más ¿Hemos progresado algo?

domingo, 23 de agosto de 2015

Crónicas de mi calle Arropieros: "Angustias la churrera"

Cuando conocí a Angustias, mejor dicho el primer recuerdo que tengo de ella, es en este mercado de abastos de mi pueblo Nerja.
Tenía una churrería en una de las esquinas y en una gran sartén con muchísimo aceite hirviendo iba formando espirales de masa que emanaban de un largo embudo metálico con dos brazos, empujado por un émbolo de madera apoyado en su hombro, una vez frita por un lado le daba la vuelta con dos largos palos de madera a modo de baquetas de un gigantesco tambor, era impresionante su figura con esa poderosa arma, para una niña pequeña.
Yo la admiraba, pero también la temía. Mi poderosa imaginación, como la llamaban mis hermanas, la convertía en una luchadora de no sé que ejército de liberación, una mujer en la Fragua de Vulcano, a la imagen del artefacto se le sumaba la niebla maloliente que producía el aceite al calentarse, los vapores y el fuego aquel del hornillo que amenazaba con prender cualquier cosa, sus grandes ojos azules parecían vacíos, su vestido negro, su pelo negro recogido en un sobrio moño. Era muy seria, raramente reía pero era muy amable y agradecida con la familia, siempre que iba con mi padre a comprarle nos daba de más y añadía: ¡Llévelos don José que son muchas niñas las que tiene usted que alimentar!
Perdí su pista mucho tiempo, fue en mi época adulta cuando la reencontré de vecina, ya no tenía el puesto de churros y se ganaba la vida con la limpieza doméstica, enviudó muy joven y con pocos recursos sacó adelante a sus hijos.
Un día llegó a mi casa muy preocupada, con ojos llorosos, una carta en la mano.
-Mira niña, me ha llegado esta carta, es del banco y me da miedo que sean malas noticias. Las lágrimas asomaban a sus azules ojos sin fondo dejando ver la tormenta que empañaba su mente.
-¿Qué dice la carta? -Le pregunté de forma tan inocente que me aún hoy me sigue doliendo.
-No sé leer, nunca estuve en la escuela, soy una bruta, una ignorante, una analfabeta...
Y ese mar de lágrimas que desprendía casi me ahoga a mí.
Leí su carta, no era importante y le hice prometer que intentaría aprender a leer. Le daba mucha vergüenza que la gente lo supiera, no quería ir a la escuela de adultos, así que la acepté de alumna y ella a cambio, sin mi conocimiento, me limpiaba la casa de arriba a abajo.
Aprendió a leer y a escribir su nombre el de sus hijos y sobretodo el de su nieta.
Fue mi primera alumna en una época en que yo era azafata, aún no quería ser maestra, me quedaba mucho por aprender de este ancho mundo antes de enseñar.

Hace dos días me enteré que nos dejó, en Nerja la despidieron, yo no pude asistir a ese entierro, pero desde aquí quiero hacerle llegar a su familia y sus paisanos nerjeños que la conocieron, que era la Heroína que yo vi en mi infancia, una mujer fuerte, excepcional y trabajadora, que sacó adelante a sus hijos y nietos “a golpes de la espada en la fragua de la vida” y seguro que ya puede leer estas cartas que le mandaba para entrenarse.
¡Descansa en paz Angustias.!
María Teresa Cobos Urbano derechos reservados.