Querida Emilia:
Se me quedó mi
último cuento en el ordena, sin terminar, creía que tendría
tiempo, creí mal.
El 20 de
noviembre del 2015 nos dejaste para reunirte con mi padre, tu gran y
eterno amor, yo os sentí en mi inquieto sueño, no recuerdo el
mensaje, pero sé que fue una despedida tuya y una señal de que por
fin no estabas sola, él estaba contigo.
Ahora,
inevitablemente echo la vista atrás e intento comprender el pasado,
esa larga vida que ahora termina en tu Cáceres natal, me quedo con
lo mejor, con las risas, los locos viajes sin planos ni mapas, los
traslados en Málaga, cinco casas en dos años, los cuidados y mimos
que prestaste a tu esposo en su larga enfermedad, los cigarrillos
escondidos para casos de emergencia y las toallas en las puertas para
que no saliera el humo.
Cuando padre se
fue, tu vuelta a Cáceres, el árbol genealógico, aquel viaje
precioso desde Nájera hasta Valladolid sin saltarnos un sólo
monasterio con Don Caprichito, como tu llamabas a mi hijo, luego más
adelante, mi esposo y yo pasamos una semana en tu casa, agasajados,
queridos y atendidos en grado superlativo nos sentimos, la casa de
los espíritus le llamábamos, porque el ánima de mi padre asomaba
por todas las habitaciones, no sé cómo lo hiciste para mantenerlo
allí 32 años, después de 12 años vivo. Será verdad que en el
amor el tiempo no existe.
Querida Emilia:
Ya lo sabíamos,
en los cuentos ninguna madrastra es buena, las hijastras todas somos
víctimas de sus maldades, en cambio los amores si son eternos, como
el tuyo, también los finales son felices, espero que como el tuyo,
que estés en algún jardín cálido “comiendo perdices”.
Emilia Delgado
Fernández, Viuda de José Cobos Ruiz, mi padre.