Escándalo en el cementerio.
El topo saca la cabeza del agujero y se pega de morros con el tronco de un ciprés. Olisquea la superficie mientras se frota el hocico y trata de distinguir el entorno, pero su monóculo cae. El animal, presuroso, sale del hoyo, se sacude con brío e intenta coger sus lentes, mas, tropieza con los pies de un ángel que le observa furibundo.
Miope, el insectívoro, mira hacia arriba, pero apenas vislumbra una mancha blanquecina e, impávido, coge los lentes y reanuda su camino, bailoteando al son de una melodía imaginaria. En la bóveda celeste, la despabilada luna, indignadísima ante tanto alboroto, abre los ojos.
— ¡Fuera de aquí!
— ¿Quién habla? —pregunta, curioso, el bicho.
— ¡Yo! —vocifera el querube.
El topo se ajusta el monóculo y ante su vista aparece, nítido, el ángel de alabastro, gigantesco y terrible que, descolgado de su mausoleo, aletea ensordecedor.
— ¡Qué te largues! —aúlla.
El animal corre, se estrella contra una lápida y se desploma. Magullado, se levanta de nuevo y emprende el camino hasta perderse en la distancia.
El ángel cierra los ojos con placidez; la luna bosteza somnolienta y los difuntos se acomodan, dispuestos a recuperar la paz.
Mi cuento de Espuma: dedicado a mi querida Techy.
El topo saca la cabeza del agujero y se pega de morros con el tronco de un ciprés. Olisquea la superficie mientras se frota el hocico y trata de distinguir el entorno, pero su monóculo cae. El animal, presuroso, sale del hoyo, se sacude con brío e intenta coger sus lentes, mas, tropieza con los pies de un ángel que le observa furibundo.
Miope, el insectívoro, mira hacia arriba, pero apenas vislumbra una mancha blanquecina e, impávido, coge los lentes y reanuda su camino, bailoteando al son de una melodía imaginaria. En la bóveda celeste, la despabilada luna, indignadísima ante tanto alboroto, abre los ojos.
— ¡Fuera de aquí!
— ¿Quién habla? —pregunta, curioso, el bicho.
— ¡Yo! —vocifera el querube.
El topo se ajusta el monóculo y ante su vista aparece, nítido, el ángel de alabastro, gigantesco y terrible que, descolgado de su mausoleo, aletea ensordecedor.
— ¡Qué te largues! —aúlla.
El animal corre, se estrella contra una lápida y se desploma. Magullado, se levanta de nuevo y emprende el camino hasta perderse en la distancia.
El ángel cierra los ojos con placidez; la luna bosteza somnolienta y los difuntos se acomodan, dispuestos a recuperar la paz.
Mi cuento de Espuma: dedicado a mi querida Techy.
1 comentario:
El topo no era más que cegato, de poco le valían sus gafas, más que para perderlas.Espuma Genial.
Publicar un comentario