Le llamó la atención su porte, su esbelta silueta, la elegancia de sus suaves movimientos.
Nunca antes había visto nada igual.
No es de por aquí, pensó, será de un país lejano, de otro continente.
Tan agradable y armoniosa era su presencia que casi permanecía invisible a sus ojos.
Fue en el invierno, ya empezado, cuando le llamó la atención. Lo observó desnudándose ante su mirada, cada vez más bello, recubierto sólo por sus blanquecinos frutos.
Preguntó a la gente del lugar el nombre de aquella maravilla.
Nadie sabía más que su belleza, no conocían su nombre, tampoco sabían cuánto tiempo llevaba allí, ni quién decidió plantarlo, ni porqué, si era un elegante regalo a una amada, o a una temida esposa.
Conocían, eso si, que en primavera sus ramas florecían de azul y que en el calor del estío su espeso follaje proporcionaba exquisita sombra.
Tampoco sabían que su fruto extraño, ramilletes de bayas blancas, que reverberaban al sol de la fría estación,
eran puro ¡Veneno!.
Nunca antes había visto nada igual.
No es de por aquí, pensó, será de un país lejano, de otro continente.
Tan agradable y armoniosa era su presencia que casi permanecía invisible a sus ojos.
Fue en el invierno, ya empezado, cuando le llamó la atención. Lo observó desnudándose ante su mirada, cada vez más bello, recubierto sólo por sus blanquecinos frutos.
Preguntó a la gente del lugar el nombre de aquella maravilla.
Nadie sabía más que su belleza, no conocían su nombre, tampoco sabían cuánto tiempo llevaba allí, ni quién decidió plantarlo, ni porqué, si era un elegante regalo a una amada, o a una temida esposa.
Conocían, eso si, que en primavera sus ramas florecían de azul y que en el calor del estío su espeso follaje proporcionaba exquisita sombra.
Tampoco sabían que su fruto extraño, ramilletes de bayas blancas, que reverberaban al sol de la fría estación,
eran puro ¡Veneno!.