A
una semana del primer plenilunio de primavera Álora se acicala,
engalana balcones y ventanas con macetas vistosas, mantones o colchas
bordadas, prepara sus velas, los chicos, los más de ellos sus túnicas de penitentes azules, moradas, blancas, las chicas reponen su traje de
mantilla, negro para el jueves y el viernes, blanco para el
resucitado, altas peinetas, altos tacones.
Las bandas de música,
siete al menos, ya llevan tiempo ensayando el redoble de los
tambores, la lánguida queja de la trompeta que a veces llora, otras
desafía a las centurias romanas representadas aquí por
paracaidistas y legionarios.
Todo a punto, como cada primavera
preparar las calles para revivir una vez más la muerte y
resurrección de nuestro Señor, así como si no hubieran pasado
2.000 años, gente que cree y gente que no cree, que ni siquiera son
cristianos. Es nuestra manera de celebrar la primavera, el primer
plenilunio de esta bonita estación que nos promete renovarnos y
reverdecer.
A
una semana de la Semana Grande Álora se enaltece y embellece.
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