Decidir el
nombre de un hijo es ardua tarea para la madre que lo siente en su
vientre desde el primer momento, para el padre que en nuestra
sociedad es el encargado de perpetuar su apellido, para los hermanos
que temen que le escojan un nombre mejor que el que llevan ellos y
así asoman los primeros recelos fraternales, para los abuelos maternos que
exigen nominarlos como ellos, ya que sus apellidos desaparecen en la
siguiente generación, para los abuelos paternos, que se empeñan en
revivir con nombres a sus progenitores y para los padrinos, madrinas,
tíos, primos, amigos y vecinos que se sienten honrados cuando se les
impone su nombre al recién nacido.
Algunas veces
es el día en que nace, el santo patrón, el santoral, el que decide
solo.
Casi nunca
decide la cara del bebé, a quién se parece, etc... porque
generalmente está pensado de antemano.
El caso más
cruel para el bebé, teniendo en cuenta que un nombre debe llevarse
toda la vida, es aquel en que nace con los dos sexos, son pocos, pero
son y la ley te obliga a decidir inmediatamente si es niño o niña,
sin saber por cual se va a decantar su evolución. Un cambio de
nombre a “posteriori” es un gran problema legal y psicológico de
falta de identidad. El pueblo alemán este año ha admitido el tercer
género, aquí en España, parece que no queremos reconocer esta
realidad legalmente.
Mis padres,
ambos católicos y muy creyentes, estaban convencidos de que el santo
tocayo protegía al bebé durante toda la vida, eran devotos de Santa
Teresita de Lysieux una joven monja que veneró la infancia de
Cristo, de ahí su diminutivo, la nombraron Doctora de la Iglesia y
protectora de las misiones. En una ocasión mi madre prometió llamar
Teresita a la primera de sus hijas, luego lo olvidó.
Pasó el tiempo
mis padres se casaron, algo comentó a mi padre de esta promesa, pero
volvieron a olvidarla...
Nació la
primera niña y le pusieron María Ángeles como mi abuela materna,
la segunda Elvira, como mi tía paterna, luego un niño que se llamó
José como mi padre, luego el cuarto hermano y la tercera niña se
llamó Concepción, como mi tía materna, la cuarta niña y quinta en
lugar de nacimiento se llamó Agustina, como mi madre. Todas nacieron
en casa de mi abuela, asistidas por la partera.
Yo llegué tres
años y medio más tarde, la quinta niña, la sexta de los hijos. Mis
padres querían que fuera nerjeña y esperaron allí, pero vine mal,
muy grande y de nalgas, tuvieron que trasladarla a Málaga, en Nerja
no había ni siquiera ambulatorio.
Así pues nací
en el Hospital Civil, a los tres días de llegar allí mi madre en
precario estado de salud, tan delicada estaba, que mi madrina
muchísimo tiempo después me confesó que no se acordaba si me
bautizaron allí mismo de urgencia, en la Victoria que es el barrio de mi
abuela materna o en Nerja donde habrían querido que naciera, en
cambio mi nombre recordaba muy bien de dónde venía. Tan mal fue el
parto que todos recordaron su antigua promesa:
“A mi primera
hija le pondré Teresita del Niño Jesús.”
Hoy he releído
la biografía de esta Santa y he hallado dos coincidencias: fue la
quinta hija y perdió a su madre de pequeña, a la que adoraba.
María Teresa Cobos Urbano 1-10-14. Derechos reservados.
4 comentarios:
Feliz día de tu santo cielo, y muy bonito retrato.
Tu marido khalid.
Gracias vida, por tu regalo.
Hola guapetona... qué bonita tu historia, a mí me pusieron el nombre de mi abuela paterna, (menos mal que me llaman por diminutivo todos) a una de mis hermanas el de mi abuela materna, a otra el de mi tía- madre y a la otra, que se salvó, ya que tiene un precioso nombre "Blanca" se lo puso su madrina porque le gustaba. :) Es cierto eso de que un nombre te marca, es para toda la vida, y hay que pensarlo muy bien. Me encantó leerte, preciosa. Un enorme beso.
Espuma
¡Y feliz día de tu Santo! :)
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