¿Invisible?
Érase
una vez, que mentira no fue, una gran mansión con porte y señorío,
hermosa dónde las haya, con miles de historias que contar.
Se
ha mantenido erguida en una zona donde el fenómeno de la
especulación ha dividido solares, calles, casas, patios y hasta
piedrecillas.
El
barrio es peculiar, la gran Iglesia de los Mártires, eje central
vertebrador de estrechas y serpenteantes callecillas de trazado
medieval en el noroeste del centro histórico, dentro de la antigua
muralla nazarí.
Fue
acabada su construcción, (según la Wikipedia) en 1876, arquitectura
moderna, estilo burgués, con dos partes muy diferenciadas.
Al
entrar en el patio empieza la magia:
Ventanas
y balcones alargados acabados en arcos de herradura con vidriera
cuarteadas combinando el vidrio transparente con el azul, recordando
algunas casas tetuanís de la época del protectorado; zócalos de
cerámica cubriendo parte de sus paredes en algunas zonas bajas; una
fuente redonda, grande, llena de agua, enrejada en una baranda de
hierro, en cuyo centro emerge, como una isla, una elegante pileta de
piedra y bronce que toma un protagonismo hilarante, en su humildad
geométrica; un gran árbol, viejo, majestuoso, aparece orgulloso
vencedor del cemento, creo que es una morera, no estoy segura, será
otro cuento quién me narre su especie, ayer sólo percibí su gran
tronío, su gran nobleza.
Entre
los rincones de las antiguas plantas que renacen cada vez que se
ilumina su trocito de escenario: una costilla de adán con sus
grandes hojas recortadas en huecos, como el suelo, que parece tiras
de piedras marmóleas multiformes con pretensiones de triángulos
escalenos.
Y
ahora me detengo aquí, porque aquí es donde todo se realza hasta
alcanzar dimensiones extraordinarias, en lo que antes no estaba:
Un
gigantesco muchacho columpiándose en una pared de aire; un gato
negro a escape bajando una escalera, por la que también desciende,
al parecer persiguiéndolo, un extraño monstruo mitad cigala, mitad
cucaracha; en el cielo de encima justo de estos seres, un dirigible
“Zeppelin” dispuesto a transportarnos a otra época; en frente de
la escalera dos muñecas regordetas lineales con mejillas muy rojas y
cabello formado por pequeñas cabecitas de otras muñecas lineales,
nos hablan de la soledad de “Eva”; un gran rostro de mujer joven
mirando hacia dentro nos plantea miles de preguntas de difícil
respuesta.
Esto
es lo visible, lo que entra por los ojos de la cara, pero hay otros
cuatro sentidos implicados que perciben, por ejemplo el oido, que nos
dijeron que estuvieron poetas recitando, escritores narrando, actores
dramatizando, pintores dibujando, cantaores, músicos; conocidos,
anónimos; colectivos ciudadanos e indivíduos; buscando y aportando
cultura.
Durante
12 años ha sido un oasis cultural en la Málaga que hemos vivido,
cultura al alcance de todos los bolsillos. Estos colectivos
Invisibles le han lavado la cara, remozado los desconchones y
restaurado los trozos con los pocos medios de los que disponen.
Esta
mansión con este patio encantado y encantador hace mucho que perdió
sus dueños, quizás por eso conserva su historia, esa que quiere
contarnos y seguir mostrando a los jóvenes que no conocieron su
esplendor.
Bueno,
perdón, corrijo, no tiene dueño en singular, pero pertenece a todos
los ciudadanos, es patrimonio de la ciudad, es nuestra, de todos los
malagueños, de los que estamos orgullosos que nos conozcan por
nuestro carácter, por nuestras formas, por nuestra manera de vivir
nuestra cultura.
Señor
alcalde, mantenga nuestra identidad, no convierta “La casa
invisible” en un coto privado de los ricos extraños, hágala
visible y emblema de nuestra querida ciudad.
María
Teresa Cobos Urbano, malagueña, maestra y escritora,
personaje cultural por votación popular en el diario sur en 2010
http://listas.diariosur.es/listas/el-mejor-personaje-de-la-cultura-de-malaga-10.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario